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Fuerza de la naturaleza

Cuando hace medio siglo Tiffany & Co. ató lazos con Elsa Peretti –la irreverente aristócrata que inspiró a Halston y Newton, fascinó a Dalí y conquistó Nueva York– no sabía que estaba haciendo historia. De mano de la italiana forjó una revolución artística y social de la que sus creaciones –del brazalete con forma de hueso a sus casas de Sant Martí Vell– siguen dando buena cuenta.

Un jarrón que encontró en un mercadillo fue el percutor de la primera pieza de joyería que la italiana creó: Bottle, un collar de plata que desfilaría en la pasarela de Giorgio di Sant’Angelo en 1969. Cinco años más tarde, Peretti (Florencia, 1940) comenzaría su colaboración con Tiffany & Co., la más prolífica de cuantas ha urdido la firma en sus casi dos siglos de historia en lo que a generar beneficios e iconos se refiere. Los collares que parecen escorpiones, los pendientes que caen como lágrimas, los colgantes que dibujan un corazón abierto y el brazalete con forma de hueso que el Museo Británico de Londres y el Metropolitano de Nueva York custodian en sus colecciones permanentes. Por poner un puñado de ejemplos. “Estudiar la forma de una lágrima y convertirla en algo que llevas colgado del cuello, de manera que no caiga de tus ojos, es una expresión trascendental, casi mágica”, nos dice Stefano Palumbo, director de la Fundación Nando y Elsa Peretti que la diseñadora creó en 2000. “Elsa fue un paso más allá. Esa es la razón por la que sus diseños siguen siendo modernos, porque ese proceso artístico aún no ha sido superado por ningún otro diseño”.

Las reediciones de algunas de sus piezas más insignes con las que a lo largo de este año y el que viene Tiffany & Co. celebra el medio siglo de su alianza con la artista –revisitadas en nuevos materiales proporciones y acabados, pero respetando siempre la forma original– son tanto un homenaje como una confirmación de lo eterno y determinante de la influencia de la artista. Pero es el hecho de que sus creaciones sigan suponiendo un 10% de las ventas globales de la enseña norteamericana lo que pone sobre la mesa la faceta más fascinante de las creaciones de Peretti: su capacidad para suspender el tiempo, y seguir siendo modernas hoy, cincuenta años más tarde. Pero lo pasajero nunca fue de su interés. “Para mi nada es nuevo. La buena línea y la buena forma son atemporales. Llevaría el mismo vestido durante cinco años si el diseño fuera bueno”, defendía.

Su obra, como su vida -de cuna ilustre, huyó de casa, se convirtió en modelo, quemó las noches de Nueva York y se rodeó de la élite cultural de su época-, tenía partes de tradición y de rupturismo, de modernidad y naturalismo. Pero sobre todo supo tomarle al pulso a los tiempos: cuando sus primeras piezas para Tiffany debutaron, el 24 de septiembre de 1974, no tardaron ni un día en agotarse. “Diseño para la mujer trabajadora”, apuntalaba en la revista People poco después de su debut. En el primer año de vida de la colección Diamonds by the Yard, reinventando el collar de diamantes y democratizando una gema que hasta entonces se había acotado a las fiestas y los bolsillo pudientes, la firma vendió tres kilómetros de joyas. “No quiero convertirme en un símbolo de estatus, sino hacer la belleza asequible”, dijo.

Desafiando nociones instaladas en el imaginario y en la industria -como que la plata era un metal inferior, que los diamantes se lucían solo de noche, que una joya debía costar una fortuna, y una mujer tenía que esperar a que un hombre se la regalase para hacerse con una-, la osadía no sólo creativa sino también vital de Peretti cambió la percepción en torno a la joyería. Y lo hizo con embajadoras que personificaban el giro estético, y también social, de una época de cambio y transgresión: Bianca Jagger, Diana Ross, Liza Minnelli. Y ella misma.

¿Qué supuso el trabajo de Elsa para Tiffany en particular y para la joyería en general?

No fue solo su joyería. Su vida. Sus elecciones inusuales, poco convencionales e incómodas. El ser sin pretenderlo una de las artistas más revolucionarias del último siglo, una emprendedora audaz y una filántropa entusiasta. Todo ha tenido un impacto no solo en la historia del diseño sino en la liberación de las mujeres, abriendo la puerta a una nueva generación de mujeres libres y creativas que, gracias a Elsa, hoy pueden expresarse en cualquier ámbito que deseen.

Sus creaciones redefinieron la relación de las mujeres con la joyería. En parte porque, para ella, una joya debía ser tan hermosa de ver como bonita de llevar. Esa visión, y ese impacto, ¿Tienen algo que ver con que fuese una mujer diseñando para mujeres?

Estoy completamente de acuerdo, Elsa Peretti redefinió la relación entre las mujeres y la joyería, y la cambió para siempre. Peretti siempre diseñó con la mujer en mente. Llevaba sus prototipos durante años, antes de ponerlos en el mer-cado, para evaluar cuán cómoda se sentía con ellos. Y eso marcaba una enorme diferencia. Fue Halston quien sugirió en los 70 que siempre diseñara tres tamaños -pequeño, mediano y grande- y Elsa siguió el consejo rigurosamente. Fue revolucionario entonces, y la base de su éxito. Incluso en las vajillas que creó para Tiffany & Co. en los 80, el pragmatismo femenino era el eje del diseño. Una garrafa tenía que ser ligera para que una mujer pudiese servirse agua ella misma sin romperse la muñeca. La anatomía de un plato, un cuenco o un vaso debía ser práctica para manipularlo con facilidad. Pero las raíces que subyacen bajo toda esa creatividad son profundas y dolorosas. Elsa Peretti era una mujer emancipada que luchó toda su vida por su independencia, por su libertad, y por expresar su creatividad. En Barcelona, durante los 70, y gracias a su amistas con la fotógrafa Colita, conoció el movimiento feminista que en esa España de transición pedía igualdad de derechos para las mujeres. Nunca fue una activista del movimiento, pero toda su vida ha sido un manifiesto feminista, visible en las elecciones que siempre hacía y en su trabajo a través de la Fundación, con la que ha apoyado numerosos proyectos para alentar el debate, la información y la defensa de la diginidad y la igualdad de mujeres y niñas en todo el mundo.

El brazalete Bone -su distintiva anatomía intacta desde hace medio siglo- fue la primera pieza que diseñó para Tiffany & Co. Y hoy sigue siendo un superventas. Como ella misma decía, “la buena línea es intemporal”. Pero no es solo que burlen el paso del tiempo. Sus joyas mantienen la cualidad de modernas. ¿Qué tienen para seguir siendo actuales incluso décadas después?

La lentitud. Esa forma de entender la creatividad ha sido su éxito incuestionable. Pensar en lo que uno hace, sin distracciones ni interrupciones, volcado en el proceso de creación.
Un enfoque que nunca se ha entendido del todo, especialmente en un mundo en el que todo ha de ser rápido y productivo. Y sin embargo es esa búsqueda lenta pero incansable de la perfección es sin duda lo que la ha hecho eterna como artista y diseñadora. Como solía decir Elsa, la joyería no es moda, y no tiene que verse descartada en cuanto algo nuevo aparece.

Una de sus muchas revoluciones fue reintrodu-cir la plata en Tiffany. Cuando lo hizo, la casa llevaba 40 años sin tocarla, y hoy es uno de sus pilares. ¿Qué veía Elsa en la plata? Y, sobre todo, ¿cómo elevó un material “humilde” a objeto de deseo, digno incluso de usarse en la alta joyería?

Al convertirlo en un metal orgánico, natural, líquido, brillante y ligero, la plata le permitió alcanzar el cénit de su expresión artística. Cuando Halston le presentó a Henry Platt (entonces presidente de la enseña) en 1974, no era fácil convencer a una compañía como Tiffany de invertir en un diseño tan moderno. Entonces la plata se consideraba un metal innoble y la joyería era algo que los hombres usaban para conquistar a una mujer. Elsa desacotó la plata al hacerla deseable. Ese proceso para convertirla en algo sensual, agradable al tacto, casi fetichista, fue la razón por la que eligió trabajar con ella casi desde el principio, en el taller de Vicente Abad en el barrio barcelonés de Grácia, guiada por las manos expertas de Xavier Corberó, que la enseñó a trabajar el metal, y fue, en mi opinión, la razón del éxito mundial que las joyas de Tiffany & Co. siguen teniendo. Convencida de que forma y función debían dialogar, Peretti diseñaba pensando en las mujeres, materializando en esa conjunción las prerrogativas de un empoderamiento femenino que siguen siendo pertinentes hoy. “Democratizó los diamantes al hacerlos accesibles para la mujer trabajadora, e hizo que llevar una joya fuese cómodo al transformarlas en algo ligero, sensual y femenino en todo su poder”, dice Palumbo. Esa fue una de las claves que hizo incontestables sus diseños. La otra fue poner en valor el trabajo de los artesanos que daban forma a su trabajo. «Uno puede ser un artista, pero si la persona que ejecuta no tiene alma, no sale nada», solía decir la italiana. Cuando le dijo a Xavier Corberó, su amante en aquella época, que quería hacer joyas, éste se lo prohibió. Se estropearía las manos, esgrimió. Pero le presentó a los orfebres con quien él trabajaba sus esculturas, y que se convertirian en las manos de Peretti.

Fue uno de ellos, Abad, con quien la italiana forjó sus primeros diseños, en el mismo taller barcelonés que aún fabrica el 80% de la producción mundial de las colecciones de Peretti bajo el paraguas de Tiffany & Co. Y fue el deseo de estar cerca de sus artesanos lo que la llevó a instalarse en Sant Martí Vell. Allí, en aquel pueblo catalán del siglo XVII prácticamente en ruinas y con 35 habitantes, compró varias casas, a dos mil dólares cada una, y encontró un refugio vital y creativo. Su sueño era convertirlo en una comunidad de artistas y artesanos, un hogar para ella y sus amigos.

“Elsa descubrió Cataluña a finales de los 60, cuando su agencia la envió a hacer una sesión de foto para Oriol Maspons en Port Lligat junto a Salvador Dalí. Fue amor a primera vista. No tardó en integrarse en la Gauche Divine por mérito propio, gracias a Alberto Puig Palau, que la introdujo en ese movimiento cultural de vanguardia que, sin saberlo, estaba dando un paso adelante clave en la historia del arte”, cuenta Palumbo. Elsa vivió aquella época en Barcelona “libremente, rodeada de un grupo que moldearía su visión artística y estética: arquitectos como Ricardo Bofill, Oscar Tusquets y Gianfranco Bombelli; pintores como Jorge Castillo y Robert Llimos, escultores como Xavier Corbero y Xavier Medina, fotógrafos como Oriol Maspons, Colita, Leopoldo Pomes, Tony Catany y Maria Espeus; bailarines como Antonio Gades, escritores como Luis Goytisolo y actrices como Serena Vergano”, enumera el romano. “Toda esa estética cayó sobre ella con tal fuerza que la dejaría marcada para siempre”. Ver a Gaudi en las formas fluidas de sus joyas no es una locura.

Su “refugio catalán” hasta el día de su muerte, en 2021 -sus cenizas duermen en una urna dentro de la Iglesia que entre 2012 y 2013 la Fundación Nando y Elsa Peretti ayudó a restaurar-, hoy Sant Martí Vell es un testimonio vivo de la forma de ser, vivir y crear de Elsa. Una suerte de museo que revela lo complejo del universo de la artista. Colocados sobre una mesa de madera sin tallar, mezcladas entre libros en las estanterías y compartiendo estantes con fotos de Hiro y cuadros de Warhol están los esqueletos de escorpiones que convirtió en un collar articulado, máscaras africanas, conchas que recogía en las playas de Seychelles, las bridas de las que surgiría la idea para su cinturón Ecuestre, los huesos que darían forma al brazalete Bone, y la radiografía de un fémur que inspirarían una pareja de candelabros -el primer lance de interiorismo que daría a su colección de hogar para Tiffany a principios de los 80-. “Mis veinte años con Tiffany están ligados a Sant Marti Vell de una manera inseparable que resume todo lo que amo: las personas, los animales, las plantas, los objetos y… los recuerdos”, decía la italiana.

¿Por qué cree que Sant Marti Vell la influyó tantísimo? ¿Tiene algo que ver, tal vez, con el parecido a los pueblos toscanos de su Italia natal?

No creo que Sant Marti Vell la influyera. Tal vez fue al revés: Elsa transformó un pueblo medieval catalán en una instalación de arte en constante cambio que sigue vivo cincuenta años después. Sin duda Barcelona y Cataluña han jugado un papel sustancial en la inspiración artística de Peretti y Sant Martí Vell se ha convertido en el lugar donde toda esa creatividad ha encontrado un hogar seguro. Hay muchas Elsas Peretti y, para mí, Sant Martí Vell las abarca a todas. Es la síntesis de una personalidad polifacética en la que podríamos considerar su obra más completa. Una que incluye su amor por la naturaleza pero también su pasión por el arte, la arquitectura, el respeto hacia la historia, y la admiración por la estética catalana.

Una pareja de sillas diseñadas por Gaudi, el color Blau de las paredes, la chimenea de Lanfranco Bombelli. Una de las muchas cosas de las que Sant Martí Vell da cuenta es la sensibilidad decorativa de Elsa, que materializaria en una colección para el hogar bajo el paraguas de su colaboración con Tiffany. Al fin y al cabo, cuando se fue de casa, estudió diseño de interiores y trabajó junto al arquitecto Dado Torrigianien en Milán. ¿El interiorismo era su verdadera pasión? A Elsa siempre le atrajo la decoración. Ante la constante construcción y deconstrucción que conlleva ser artista, Elsa investigó el potencial de la materialidad del espacio, transformando los

interiores en los que aspiraba encontrar la calma necesaria para perseguir tanto su proyecto personal como su reflexión sobre la práctica artística. La creación de estos lugares de escape› bajo su rigor estético recompuso esa proyección interior que era necesaria para encontrarse a sí misma y ser ella misma.

A partir de la década de los 70, las mujeres adoptaron una nueva posición consciente en la producción artística, debido a la expansión del movimiento feminista y al deseo de expresar una nueva forma de ver, de crear su propia identidad. Como artista contemporánea, Elsa Peretti buscó espacios físicos y metafóricos de libertad personal y creativa, haciendo realidad el llamado de Virginia Wolf a tener su propia habitación en la que crear a pesar de todo y de todos. De ahí la obsesión por la perfección estética que la acompañaría durante toda su vida, repitiendo: “la estética me mata”. Porque la búsqueda constante de la perfección es dolorosa, obsesiva y te hace sentir incomprendido. Es el drama de todo gran artista. Este es el concepto artístico que, en mi opinión, impulsó su colección de hogar para Tiffany & Co. Es más que solo decoración, es un proceso artístico largo y doloroso que luego encuentra su máxima expresión visual y conceptual en los espacios de Sant Martí Vell.

Las cocinas eran un espacio especialmente personal para ella. Se cuenta que era allí donde le gustaba hacer sus reuniones -incluso con los peces gordos de Tiffany-.

Es cierto, pero hay algo más. Las cocinas de Elsa son el pináculo de su perfección estética porque están pensadas, concebidas y ejecutadas por una mente artística sublime que las convirtió en el lugar más exclusivo del hogar. Elsa cuidaba hasta el mínimo detalle: los relucientes cubiertos Padova colgados en la pared junto a una fotografía de Hiro, sus collages llenos de recuerdos y referencias culturales; antiguas cerámicas de La Bisbal, una vela de Rigaux, y un cenicero para sus inseparables cigarrillos. Eran el escenario perfecto. Uno en el que, sin embargo, no se esperaba que cocinara. A Elsa le encantaba la comida sencilla: un poco de jamón ibérico, un buen pedazo de queso parmesano y el tan querido recuit eran perfectos para una comida de trabajo.

Puede verse el paralelismo entre sus joyas y sus casas. La elección de materiales inesperados, la mezcla de lo tradicional con lo vanguardista, y sobre todo la irreverencia de crear libremente. Esa rebeldía para reinventar una piedra de molino en una mesa o democratizar los diamantes y sacarlos a la luz del día, ¿era la clave de su creatividad y, aún más, de su éxito?

La innovación que Peretti trajo al mundo del diseño envuelve toda su producción, y es la llave con la que se ganó a Tiffany & Co en 1974, cuando Henry Platt dijo “estamos buscando a alguien que capture la energía de la mujer joven pero también de la mayor. Alguien que haga joyería que las mujeres puedan llevar con vaqueros pero también con vestido de gala”. Nadie había pensado algo así antes. Elsa era diferente, y la diversidad suele nacer de la rebelión.

Le atraían las formas orgánicas, inspiradas en la naturaleza. Pero sus diseños también eran muy modernos, por momentos con atisbos futuristas, a veces industriales. Un poco el mismo juego de extremos que ser la reina de Studio 54 en Nueva York y luego retirarse a una casa de piedra, sin agua ni luz, en Sant Martí Vell. ¿Era ese oximoron la esencia de su forma de crear y de vivir?

Es justo ese contraste lo que hace el trabajo de Peretti único en la historia del diseño. Aflora de una personalidad compleja, profundamente femenina y receptiva. La belleza que surge de observar el esqueleto de una serpiente, la perfección de la naturaleza, influyó profundamente su sensibilidad, permitiéndole crear algo nuevo, reinterpretar la naturaleza sin calcarla al introducir esos aspectos emocionales ligados a su niñez, a su educación italiana, católica y tradicional. Estudiar la forma de una lágrima y convertirla en algo que llevas colgado del cuello, de manera que no caiga de tus ojos, es una expresión trascendental, casi mágica. El éxito de un artesano está en copiar la naturaleza y convertirla en una joya; el de un artista, en ir un paso más allá y darle una nueva forma, una nueva vida que nos haga ver la naturaleza no solo con ojos sino con el corazón.

Peretti diseñaba siempre a lápiz. Para poder borrar, decía. “En cuanto pongo un diseño sobre el papel, algo sucede. El sonido del lápiz es como un eco emocionante de nuestro sub-consciente”.

Las ideas, contaba, le venían cuando estaba sentada al aire libre y tranquila. Tal vez por eso siempre volvía a Sant Martí Vell para crear, buscando lapsos en los que escapar de un ajetreado Nueva York que podía llegar a asfixiar. “Aquí encuentro la fuerza para continuar mi trabajo, la paz que necesito, la inspiración para mis formas”, aseguraba. Creadora instintiva, el pulso artístico nacía de lo más inesperado. Podía ser el esqueleto de un escorpión, un jarrón antiguo, el hueco en una escultura de Henry Moore, el reflejo de la luna llena en una taza de sake, la semilla de un frijol o los huesos de los nueve mil monjes capuchinos que cubren los muros de la cripta de la Iglesia de Santa Maria della Concezame en Roma a la que solía ir con su niñera. Cuando nadie miraba, se escondía uno o dos en el bolso. Le gustaba la sensación: nudoso primero, suave después. La táctil siempre fue una cualidad inspiradora para ella. *Mi madre tenía que mandarme de vuelta, una y otra vez”, recordaba la italiana. “Más tarde tuve libertad para coleccionar huesos, así que en mi tiempo libre diseñé un mundo de bellas formas que han permanecido desde entonces. Las cosas prohibidas se quedan contigo para siempre”. “Mi obra surge de mi vida”, solía decir la diseñadora. “Tengo un don, y veo líneas y formas donde nadie más lo hace”.

Si hablamos de inspiración, ¿dónde dirigía Elsa su radar?

Esa es una pregunta compleja. Pero intentaré resumir la res-puesta. En cada artista, las señales de inspiración comienzan a manifestarse en la infancia y evolucionan a través de las experiencias de la vida. Elsa dio por primera vez la vuelta al mundo en 1968 de la mano de Paco Rebes, un importante marchante de arte de Barcelona que representó a Miró y a Picasso. Fue un choque cultural para ella, un hito en su trayectoria artística. Pero fue en 1974, cuando inició su aventura con Tiffany & Co., que estas ideas tomaron forma en sus creaciones. Viajar le abrió los ojos a otras culturas en las que Elsa se sumerge de todo corazón haciéndolas suyas, sumergiéndose en las antiguas tradiciones artesanales japonesas del trabajo en seda, laca y bambú, por poner sólo un ejemplo.

El arte en general es la base del proceso artístico que acompaña a Elsa a lo largo de su carrera. Está siempre a su al-rededor, en cada casa, en cada jardín, incluso en la iglesia del pueblo de Sant Martí Vell. La pasión por las tiendas de antigüedades, los mercadillos y las subastas son parte de su ADN, la base sobre la que concibe el espacio que la rodea. Y sobre la que sitúa las obras que tienen significado para su carrera en un diálogo constante que deja sin aliento. Una pintura de Andy Warhol conversa con una silla ampurdanesa y una máscara africana. Un armario imperial chino contrasta con una colección de fotografías de Henry Cartier Bresson. Y una alfombra tibetana con un cuadro de Robert Llimos, el artista que más ha coleccionado en su vida, o de Richard Hamilton, el padre del arte pop. Una vez más, Elsa contribuyó a influir en determinadas formas de arte, como la fotografia. Todos los grandes fotógrafos del siglo pasado la han retratado: Newton, Hiro, Bill King, Eric Bonam, Elisabetta Catalano, Priscilla Rattazzi, Dominique Nabokov, Oberto Gili, Toni Bernad, Colita, Maspons y Pomes, por nombrar sólo algunos. Su colaboración con Hiro, haciendo las campañas de Tiffany durante medio siglo, se considera la más larga entre dos artistas en la historia del arte.

Y lo mismo ocurre con la moda. Sin duda el vinculo con un genio absoluto como Halston tuvo un impacto, tanto en Elsa como en Halston. Tengo en mente estas dos frases publicadas hace años que resumen muy claramente su relación. “La idea de sencillez que tenía Elsa -una camisa y un pantalón- y esa forma práctica de vestir influyeron mucho en Halston”. Y “lo que realmente valoré de Halston fue el aliento que me dio. Cuando te gusta algo que hace alguien, es importante decírselo. Nadie te lo dice ahora”. La primera la escribió Joe Eula en un Vogue Italia de 1996. La segunda, Elsa en una entrevista de James Reginato en Vanity Fair en 2014. Los dos tenían prácticamente el mismo gusto, la misma estética, la misma idea de elegancia, estilo y clase. Su vínculo fue muy importante para la historia de la moda, y para Elsa, que siempre tuvo presente los consejos de Halston. Cómo mantener siempre el control de su nombre, cosa que él no hizo, a diferencia de Elsa.

Si hablamos de música, la de Gato Barbieri es un leitmotiv que acompaña los fondos de cada casa en la que vive Peretti. Miles Davis, Blossom Dairy, Chet Backer, Nina Simone, Frank Sinatra, Mina y un inesperadamente legendario Oum Kalsoum, por quien tenía un respeto casi reverencial, son sólo algunas de las voces que aún resuenan en sus habitaciones. Y en cine, un solo nombre: Pedro Almodóvar, un punto fijo en el imaginario de Elsa. Con sus películas podía reír y llorar con la misma intensidad, reconociendo la genialidad absoluta que le pertenece. Lástima que nunca se conocieron, habría sido peligrosamente explosivo, una bomba. La Creación que la rodeaba fue la fuente principal de su inspiración, pero no olvidemos que Elsa absorbió mucho arte y cultura de hombres y mujeres que compartían con ella los mismos intereses, las mismas elecciones, la misma visión de libertad, la misma obsesión con la estética.

Elsa se rodeó siempre de artistas. Como Colita y Xavier Corberó, muchas de cuyas obras viven aún en sus casas, pero que también fueron importantes en su vida personal. ¿Qué le atraía hacia este tipo de personalidades?

Elsa sólo podía trabajar con personalidades que la dejaran completamente libre para ser ella misma. A cambio, daba la misma libertad. Hay una frase de Hiro que siempre me ha llamado la atención y resume toda la filosofía detrás de su forma de ser: “Lo más curioso de Elsa, y lo más maravilloso, es que confía incondicionalmente en las personas con las que colabora. Me trae sus diseños pero no me dice qué mirar. Me deja totalmente solo para elegir mi propia dirección. Tiene un ojo asombroso, instintos inmaculados y una visión clara de cómo son las cosas, pero nunca me dice lo que cree que debo hacer. ¿Sabes lo raro que es esto?”.

Courtesy Tiffany & Co.

Laura García del Río
September 17, 2024